Anoche compre un quemadito de Extremos, la película documental que cuenta la historia de Proyecto Cumbre. He tenido que sentarme a organizar mis sentimientos para escribir este post. No sólo porque conozco, admiro y quiero a todos los integrantes de esta aventura, incluyendo a la gente de Explorart que realizó la producción. Tampoco porque como periodista le he dedicado mi carrera a gente como ellos. Ni siquiera es el orgullo como venezolana lo que me mueve a escribir estas líneas.
Lo que me mueve desde lo más profundo de mis cimientos es ver el fruto de la constancia convertida en imágenes, es darme cuenta de que lo que para unos es una locura, un absurdo, una pérdida de tiempo, hasta una extravagancia, comprende para otros una misión de vida, una religión, una creencia con profundas raíces en el amor por la naturaleza. Porque viendo Extremos me queda claro que viajar es, y será siempre, el mayor aprendizaje de vida que los seres humanos podemos experimentar. En definitiva, eso es Proyecto Cumbre: un gran viaje.
El hilo del relato lo lleva la expedición que hicieron en 2008 a Groenlandia y a través de ella se va deshilachando el resto de la historia de estos expedicionarios que se convirtieron en una rara especie de héroes nacionales. Están la cumbres fallidas y las alcanzadas, la legendaria expedición al Everest en la que aprendimos que la noción de equipo es tan importante, que haber tenido a dos miembros en el techo del planeta, significó un triunfo absoluto para todos. Son particularmente sobrecogedores los relatos de Pakistán y ni hablar de la hazaña a los polos Norte y Sur. Pero lo más conmovedor es encontrarse con gente normal y corriente, que aprendió a tomar decisiones a favor del grupo y no de los individuos, que es capaz de sacrificarse en pro del resto del equipo, que han perdido compañeros, se han lesionado, han invertido dinero, tiempo y esfuerzo en llevar a cabo lo que para ellos significa vivir.
Las imágenes son asombrosas, en un par de horas sales sintiendo que recorriste el mundo con Proyecto Cumbre, la historia es hermosa y está magistralmente bien contada -mis respetos por ello a Juan Carlos Lopez Durán, el director-, la música es acogedora, los testimonios resultan reveladores y el elemento humano es estremecedor. Esa lección de constancia queda grabada en la retina, llena de azules intensos, blancos infinitos, verdes brillantes, amaneceres polares, paisajes lejanos, cercanos, llantos contenidos, risas fraternales.
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