EXPLORANDO LA CUEVA ALFREDO JAHN
Decidí que era hora de inventarme
algo nuevo para tener material bloguístico. Como soy periodista
de viajes de naturaleza y aventura, suelen llegarme los boletines de
las operadoras que organizan este tipo de actividades. En este caso me
llegó por el FB la invitación de EXTREMOS
para ir el sábado pasado, ida y vuelta, a la Cueva Alfredo Jahn.
Conozco a Imerú Alfonzo, el guía de Extremos, y como el biologuito
estaba en Chicago metido en un congreso de cosas científicas de los
músculos, me inscribí en el acto.
A
las 7am había que estar en la Plaza Altamira, me levanté tempranito, me
preparé un sánduche para el almuerzo, galleticas, agua y a paticas
hacia el encuentro. Enseguida vi un Encava que se llamaba Azul Extremo y
supe que debía ser el mío. Yo, que le tengo terror a los aires
acondicionados del transporte terrestre venezolano, me fui bien
abrigadita no fuera a ser que la cría de pingüinos me azulara los pies;
sin embargo era un autobús sin aire, de esos "porpuesto" que abundan en
la ciudad. Yo felíz de no pasar frío, pero luego me enteré que la razón
no respondía a termostatos, los autobuses frufi no logran subir la
cuesta hasta la cueva y estos son más guerreros. Así las cosas,
arrancamos por la vía de Higuerote para llegar a Birongo que es donde
está la Cueva Alfredo Jahn. Como periodista especializada en esta
materia, me llama la atenciíón cuánta gente asiste y arranco a preguntar
que cómo se enteraron. Sólo unos pocos eran amigos de Imerú, la mayoría
-incluyendo familias con niños y todo- eran simples ciudadanos comunes
con ganas de hacer algo distinto. Algunos sencillamente morían por ir a
una cueva, y como la del Guácharo está muy lejos, en la averiguadera se
habían encontrado a Imerú por Internet. Eso me alegró profundamente,
saber que hay gente sencilla, sin aspiraciones extremas ni echonerías
viajeras que se las arregla como sea para salir a conocer el país. Si no
tienen carro o no saben bien a dónde ir, se dejan llevar por los
expertos y salen a vivir la aventura de encontrarse con la naturaleza.
Yo,
que no puedo escuchar el motor porque me duermo, eché un camarón
aprovechando que iba solita. Hicimos una parada en el Flamingo para ir
al baño, comprar comida y seguimos hasta la cueva. Cuando llegamos nos
recibieron un grupo de mulas y burritos que llevaban bloques de concreto
a algún lugar de esa selva. Me maravilla que sigan existiendo lugares
tan agrestes. Algunos se tomaron fotos con los animaluchos y comenzó la
excursión. Lo primero que me llamó muchísimo la atención fue saber que
estábamos dentro del Parque Nacional El Ávila -sí y SIEMPRE le diré
así- a pesar de haber rodado casi dos horas fuera de Caracas. Imerú nos
dió las primeras explicaciones de seguridad, repartió cascos y tapabocas
y arrancamos a caminar. En el camino paramos a ver una de las bocas ya
cerradas de la cueva -tiene como 16- y seguimos hasta la boca 6 que es
la que tiene el acceso más sencillo. Me pongo el tapabocas y siento que
me genera mucho más claustrofobia que meterme en una cueva oscura. Trato
de calmarme y respirar. La formación es preciosa, impresionante. Me
dejo envolver por el silencio.
Comenzamos
a caminar caverna adentro, Imerú señala cuán importante es andar con
cuidado, seguir al grupo y no andarse con jueguitos de empujaderas y
necedades. Nos explica que el tapabocas es para protegernos de ciertos
hongos que si se alojan en los pulmones pueden traer problemas
respiratorios. Pienso que menos mal que no me comí nada con ajo o
cebolla, porque eso de olerme mi propio aliento 5 horas estrujándome por
toda esa cueva, se habría convertido en un suplicio.
Imerú
es geólogo especializado en espeleología, en cristiano eso significa
que es un experto en cuevas, además se conoce esta como la palma de su
mano porque la opera desde 1992, por ellos resulta tan interesante venir
con él. Sus explicaciones acerca de la naturaleza de las formaciones
son impecables, certeras y claras, pero la mejor parte es sentirse
tranquilo, pues no sólo es ratón de cueva, también ha participado por
años en el Grupo de Rescate Venezuela, sabe de rapel, nudos, escalada y
todo lo necesario para salir de un aprieto. Es por ello que se atreve a
colarnos por las zonas menos turísticas y más entreveradas de la cueva
Alfredo Jahn. Caminamos y nos sumergimos en el río, nos estrujamos por
grieticas, nos encaramamos en las rocas y nos deslizamos por pasillos.
En pocas horas todo el grupo se uniforma color barro. Entonces comienzan
los chalequeos, porque, para el que no ha participado en una actividad
de estas, les cuento que es inevitable que se desate un ambiente de
camaradería y confianza, especialmente si el grupo es de venezolanos. El
Gordo, amigo de la infancia de Imerú, se lleva todos los galardones y
los asume bonachón.
Como para
tantear las capacidades del grupo, Imerú nos mete uno por uno a través
de una cascadita y de ahí nos hace deslizarnos por un agujerito mínimo.
Acostada, brazos hacia el frente, cabeza de lado, cachete en el agua, lo
hago, no sin antes sentir cómo del susto se me engarrota el hombro como
que no hay mañana. Pero me quedo calladita y valiente. Lo logro.
Tras
mucho caminar y arrastrarnos llegamos a la galería donde está "El
Chaguaramo", una columna enorme (columna es cuando se unen la
estalactita con la estalagmita) que recuerda a dicha palma. Le caemos a
fotos, lo admiramos y comienza el regreso pasando por un lugar que
llaman "el arrastradero". Pasamos al Gordo de primero, luego un chamo y
salgo yo de atoradita a meterme. No se imaginan lo que es estar en una
mini cueva con la barriga, el mentón y las rodillas hincadas en la
tierra, las nalgas pegadas al techo, el tapaboca asfixiante y el casco
sonando contra la piedra, esperando a que la persona que está delante
haga el esfuerzo de estrujarse hacia la salida. Yo sólo veía las enormes
nalgas de el Gordo (él sabe que es con cariño) y la patica nerviosa del
pana que lo seguía dándose con furia. Eventualmente todos lo hicimos,
agregándole bastante más tierra al atuendo y, ya hambreados tras 5 horas
de caminata y gateo, salimos poco después hacia la superficie para
darnos un baño de río, comer y arrancar de regreso. Salgo de ahí
aliviada, pero lo haría mil veces, amé la sensación de explorar un
universo que desconoce la luz del sol.
Esta
vez no dormí en el Encava "Azul Extremo", me caí a chicharrón picante
con dos nuevos panas, conversamos todo el rato y llegué a mi casita
molida a zamparme una cena calentita y despatarrarme a dormir exhausta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario